CONTRATAPA
Este libro muestra la compleja vitalidad que encarnan los jóvenes de las periferias. Su escenario es la convulsionada Rosario de los últimos tiempos. Pero sumiendo que el avance de las economías violentas excede a una ciudad específica para convertirse en un funcionamiento social que tiende a ser dominante.
El enfoque elegido se aleja de ese segmento del mercado editorial denominado violencia o delito juvenil. Aquí los pibes no son objeto de estudio académico ni tema mediático. Algunos tenían vinculaciones frecuentes con el delito, otros ninguna. En cada Parte del libro se narran alianzas intermitentes, desencuentros provisorios, dilemas y preguntas surgidos en espacios compartidos junto a ellos.
Las partes vitales elude una tentación: afirmar que ahora son los jóvenes quienes detentan las llaves para lidiar con las fuerzas sociales en pugna. Más que exaltar la emergencia de un nuevo sujeto joven, se plantean desafiantes problemas contemporáneos que exigen elaboraciones sin idealización ni melancolía.
FRAGMENTO
Las historias narradas en este libro ocurrieron en Rosario entre mayo de 2009 y diciembre de 2013.
Durante ese último mes del año se produjo una rebelión policial en las principales provincias de la Argentina. Los uniformados se acuartelaron en sus dependencias y liberaron las calles para exigir un fuerte reajuste salarial. Las instigaciones de la propia fuerza y grupos ligados al narcotráfico, provocaron masivos saqueos a comercios y graves incidentes en las principales provincias.
Los autoacuartelamientos en Santa Fe resquebrajaron aún más el ya lesionado pacto existente entre la policía y el poder ejecutivo, aunque también revelaron una crisis al interior de la propia fuerza como consecuencia de la ruptura de la cadena de mandos. Desde entonces la desregulación de la seguridad no se confinó únicamente a las periferias rosarinas sino que afectó el macro y microcentro. En marzo de 2014, un grupo de vecinos enardecidos asesinaron en un barrio de la periferia norte, de origen obrero, al joven David Moreira, después de que presuntamente robara en la calle a una mujer embarazada. Ese brutal linchamiento dejó en claro que la autonomía policial no derivaría en una pacífica regulación comunitaria del delito y abrió las puertas a una inminente intervención federal, después de años de recrudecimiento de los conflictos sociales sangrientos. La evolución de la tasa de homicidios dolosos en el departamento Rosario refleja el tenor de las transformaciones en curso: según estadísticas publicadas por el Ministerio de Seguridad de la provincia de Santa Fe, en 2009 se produjeron 124 asesinatos, en 2011 ascendió a 164 y en el 2013 se alcanzó el récord histórico con 264 casos.
A inicios de abril de 2014 llegó el acuerdo con el gobierno nacional y el estruendoso arribo de 2000 agentes federales para recuperar el control de una ciudad literalmente a la deriva. Sergio Berni, el Secretario de Seguridad de la Nación, horas después de la realización de allanamientos menores a un puñado de búnkeres, sinceró el verdadero objetivo del arribo por tierra y aire: "No venimos a buscar narcos, venimos a ocupar el territorio". Pero no se refería únicamente al control de zonas geográficas consideradas calientes sino de un territorio aún más inquietante para la sociedad y las fuerzas de seguridad: el cuerpo de los jóvenes que habitan los barrios populares. Se multiplicaron las detenciones, la aplicación de tormentos, la prohibición de que permanezcan en espacios públicos, y los ataques sistemáticos contra objetos estéticos significativos (gorras, zapatillas, aritos).
El consenso social y político frente a las acciones represivas fue mayoritario. La impotencia y la falta de recursos para enfrentar el temible avance de una violencia de nuevo tipo llevaron a aceptar esa intervención federal como una primera medida que supuestamente, en una segunda instancia, debía complementarse con planes sociales, culturales, educativos, deportivos y de infraestructura. Con el transcurso de los meses, sin embargo, lo único que se intensificó fueron los tormentos y un asfixiante control de todos los flujos cotidianos.
De acuerdo a cifras oficiales, luego de nueve meses de operaciones de los 2000 gendarmes y prefectos, el número de homicidios dolosos durante el 2014 ascendió a 250 casos, tan sólo 14 menos que el año anterior, cuando únicamente controlaba el delito la policía de Santa Fe. Más de 20 asesinatos cada 100 mil habitantes, multiplicando al menos por dos el promedio nacional.
Pero este libro no se refiere únicamente a la violencia. Aun cuando se narren historias delictivas o asesinatos padecidos o ejecutados por jóvenes, tampoco se limita a ese extendido segmento del mercado editorial de la no-ficción y la academia que se denomina violencia o delito juvenil. El objetivo primordial es mostrar una compleja vitalidad encarnada por los jóvenes desde las periferias que cuestiona y, fundamentalmente, desborda las lógicas de funcionamiento de las instituciones estatales, las propuestas de las organizaciones comunitarias y los partidos, los lenguajes militantes, los modos de vida hegemónicos, y toda narrativa que intente cerrar los sentidos de sus actos. Situaciones amorosas, laborales, familiares, artísticas, pactos de amistad, la vida en banda por las calles, estrategias económicas, la construcción de saberes institucionales y a cielo abierto, el consumo, el tedio, el ocio, la monotonía, los miedos, el futuro y la soledad.
AUTOR/A
Juan Pablo Hudson (1978) es rosarino, investigador del CONICET y miembro del Club de Investigaciones Urbanas. Es autor, además de este libro, de Las Partes Vitales. Experiencias con jóvenes de la periferia (2015) y de numerosos artículos y textos en diversas revistas y publicaciones.
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