CONTRATAPA
He decidido escribir sobre lo que le pasa a mi cabeza. Sobre el dolor que vive en ella y que a mí no me deja vivir. Sobre los ruidos que insisten y me mantienen siempre vigilante. Sobre todo lo que se pierde, a paesar de que esta mano, que ahora va por mi frente, intente sujetarlo. Como se puede ver, no hablo de mí. ¿A quién le importa mi yo si ni siquiera a mí me interesa? Hablo de enfermedad. Efectivamente, el mundo tiene el diámetro de mi cráneo. Explicar por qué la noche está en mí y me devora incansablemente es lo más político que en estos momentos puedo hacer. Tuve que infectarme de muerte para sobrevivir, y entonces pude entender la vida y el dolor del mundo. Quiero explicar que la travesía de la noche lleva el malestar de la resistencia. Que es un camino solitario pero no en soledad. Porque lo que no se puede decir hay que gritarlo. Un grito no requiere justificación. Tan solo necesita una boca dispuesta a desgarrarse y unos oídos que quieran escucharla. He escrito este libro porque presiento que lo que me pasa no es muy distinto a los que a mucha gente le sucede. Para acabar diré que en este texto no hay un ápice de ficción. Solo la ficción propia de toda escritura y la impostura que existe en un yo que habla, aunque el autor crea que su escritura está hecha con sangre.
FRAGMENTO
La consumación de la metafísica ha dejado fuera de juego a las antiguas sabidurías del alma. La realidad se ha vuelto Una con el capital. Y hasta el lenguaje ha sido capturado por la máquina que moviliza lo social. Hijos de la noche son quienes han aprendido a hacer del malestar la coartada última para no entregarse. Sólo cabe atravesar el nihilismo, luchar existencialmente contra la entera despolitización de la vida, la filosofía, las militancias.
Santiago López Petit habita una zona sombría y anónima, entre la vida y la muerte. Busca en la poesía esas “ideas que tengo y que todavía no sé”. Se trata para él, desde siempre, de no ceder en su querer-vivir. Una contracción entre el infinito y la nada capaz de extraer un vector radical para afrontar la ambivalencia dolorosa de lo real: unilateralizarse, desparadojizar lo real, abrir grietas en las más duras de las rocas.
Se trata de un combate. Ante el agotamiento de los posibles, en la imposibilidad. Una vez que se ha alcanzado una suprema soledad. Cuando se ha hecho necesario meter el cuerpo entre las grietas, para que no vuelvan a cerrarse y para impedir que la conciencia retome su impulso a la síntesis de miedo y consumo.
Se combate contra la vida, cuyo ideal sin ideal es la libertad tal y como resulta proclamada por el “yo-marca”. La vida tomada por diseños de valorización. La vida como compulsión a tener “proyectos”, dado que la existencia es concebida bajo el modelo triunfal de la empresa. La vida como realización, en un yo cualquiera, de las operaciones de la máquina conectiva que ensambla estados de salud-activismo-autopromoción-estabilización subjetiva.
La consumación de la metafísica es la realización del nihilismo.
En una palabra: el querer vivir contra la “vida”. El punto de partida para el querer vivir es esa confrontación desigual, en la que descubre su impotencia más propia. No habrá elaboración de potencia sino a partir del dolor y, en última instancia, de la enfermedad. Son las respuestas de cualquier plan de vida a eso que en nosotros quiere vivir. No habrá más opción entonces que aceptar el dolor y la enfermedad del querer vivir para extraer de ellos una potencia, que será, al menos al inicio, potencia de nada. Puesto que la realidad, tal como la solíamos comprender, ya no existe; ha sido devorada (subsumida, reorganizada, despiadadamente asimilada) por el capital.
La realidad es el capital en tanto única fuente de acontecimiento y de sentido. La omnipresencia del neoliberalismo. La verdad como realidad, en la era de la movilización global por lo obvio, disfraza de complejidad lo que es puro desbocamiento del capital.
Sólo queda atreverse al tránsito que parte de nuestros padecimientos y patologías como lugar último de una disposición no tomada por la locura hiper-racional de la valorización en que ha devenido el mundo: la “fuerza de dolor” nos revela como anomalía, como seres que no cabemos en la realidad.
AUTOR/A
Santiago López Petit (Barcelona, 1950) es químico y filósofo. Fue militante de la autonomía obrera en la década de 1960. Trabajó como químico en una empresa de vidrio recuperada por sus trabajadores y participó en muchos de los movimientos de resistencia social posteriores a la crisis del movimiento obrero. Continúa la tradición de la filosofía sesentayochista francesa (sobre todo Deleuze y Foucault) y del marxismo heterodoxo italiano (los autores del operaísmo como Negri, Panzieri y Tronti). Su filosofía se presenta como una crítica radical del presente y pone en juego diversos conceptos –herramientas– con los que profundizar en este sentido. Ha publicado –entre otros– los libros: Entre el ser y el poder, Horror Vacui, El infinito y la nada, Amar y pensar, El Estado-guerra, La movilización global e Hijos de la noche (Este último editado en Argentina por Tinta Limón). Es uno de los impulsores del colectivo Espai en Blanc y de iniciativas como Dinero Gratis. Ha coordinado el proyecto «Las luchas autónomas en España». Colaboró en la película El taxista ful.
ARTE DE TAPA
Diseño de Juan Pablo Fernández sobre “Pájaros”, de Tomás Espina. Rústica con solapas.